Falta
le hacía la filosofía, pero una filosofía tranquila, mansa, y no
la atribulada congoja de su alma, cuya filosofía era tétrica.
Un
“jeep” pasó raudo, masticando con las llantas el asfalto
empapado.
Las
horas de la madrugada se fueron tan lentas como el humo de infinidad
de cigarrillos.
...la
eterna manía de su cerebro de hurgar cuanta minucia podía captar,
iba analizando todo aquello...
Alguna
pareja borracha salía abrazada y tenía un verdadero rompecabezas
para encontrar la puerta. Iban a completar su fiesta en algún
quejumbroso e inmundo camastro.
-¿Qué
te ha sucedido, Marcus, que has callado de pronto?
-Nada,
hombre, nada. Hemos conversado tanto queun descanso me venía bien.
Además, es muy corriente que de pronto le entren a uno deseos de
pensar solamente. ¿No te sucede a tí, sobre todo, después de una
conversación initerrumpida?
-¡Hombre!
A mí me sucede siempre. Siempre estoy pensando y cavilando y
removiéndome por dentro como una batidora. Esa es mi tragedia,
pensar y pensar siempre. Si uno pudiera tener algo mecánico en el
organismo, por ejemplo, un botón, algo así como un conmutador
eléctrico en cierta parte del cuerpo que al hacerlo girar le pusiera
a uno la mente en blanco, creo que seríamos los seres más perfectos
del mundo. ¡Ah!, el pensamiento, querido Marcus. Eso es lo que
pierde al hombre, el verse compelido a pensar, pensar y pensar. Yo,
por mi parte, te aseguro que mantendría mi mente en blanco siempre,
por medio de ese milagroso conmutador, y no lo movería de esa
posición, sino en las horas de trabajo. Sería ideal, ¿no crees?
A
él no le cabía la menor duda de que la humanidad no tenía remedio.
Mientras existiese el hombre sobre la faz de la tierra, no habría
paz en ella. Era la condición humana...
Parecía
caminar siempre mecánicamente, con la vista fija en otra parte muy
lejana, y desde luego, con el pensamiento metido dentro de su propia
alma.
Hubo
un silencio que se tragó dos minutos.
Estoy
seguro que todos los que estuvimos en la guerra estamos viejos, no
tanto exterior como internamente.
...muchos
hay que tienen el alma untada de negro.
Así,
entre dormido y despierto, transcurrió la noche larga, estirada...
Quizá
esto se debía a la costumbre de andar como un autómata, cual si su
cabeza perteneciera a otro cuerpo.
“No
viejo, no soy casado ni me casaré nunca. Las mujeres son peligrosas.
No hacen sino entristecernos el alma... Si no las quieres, pues te
fastidian y estás al lado de ellas forcivoluntariamente, deseando
que llegue la hora de dejarlas en casa en irte por tu cuenta a donde
te plazca; y si las quieres, peor, mil veces peor. No hay nada más
malo que una mujer que se sabe querida y venerada. Es un ser egoísta
e inconscientemente cruel. Si sabe que la quieres, que estás
enamorado, ¡ay de tí! Abusa a más y mejor y hasta se permite
compadecerte. Y de la compasión al desamor, no hay ni un milímetro.
Entonces te parte el alma y te desquicia los nervios y echa a rodar
por el suelo tu personalidad... Y si se cansa de ti y comienza a
buscar otro cariño, te hace el ser más infeliz sobre la tierra."
Nadie
puede solamente sufrir y sufrir sin interrupción alguna. Tiene que
haber algún momento durante el día que no sea de dolor precisamente
para darnos fuerza para seguir sufriendo después.
Cuando
entra la noche, cuando el sol hace sus últimos esfuerzos para no
dejarse vencer...
Y
el amor apareja siempre sufrimiento, por ideal que sea...
...una
de estas playas de moda, elegantes y abarrotadas de bañistas, donde
el mar parece insuficiente para tantos.
Si
bien es cierto que el pensamiento es una constante tortura humana,
también lo es que nos sirve de mucho cuando se tiene espíritu y el
suficiente valor para filosofar sobre todo lo que nos ocurre.
El
hombre se ha destruído entre sí, desde que apareció en la corteza
de la tierra, hasta nuestros días...
Un
hombre cincuentón con unas gafas tan gruesas que las pupilas oscuras
parecían dos moscas tras una vidriera.
Era
el gran recurso del hombre, que le permite subsistir: el olvido.
...cuando
estaba con ella no me hacía falta nada. Creo que esto es el amor,
¿no?
¡Ah,
la gran tortura del pensamiento!... Cómo recordé tus palabras,
cuando hablamos de lo feliz que seríamos si no pensásemos!
...la
felicidad no es sino una palabra que existe solo en el diccionario.
Aquella
intrincada madeja de nervios sobreexcitados...
Los
espíritus todos son disimiles.
Pero
él era espiritual. Allí estribaba su tragedia.
En
realidad nunca ocurría nada, todo seguía como siempre.
No
le vio más esa noche, corporalmente.
Fred
pensaba en todo, como siempre. Se iban cayendo las hojas, aquellas
hojas que uno, dos meses atrás, estaban rebosantes de clorofila...
Ellas se iban y el árbol quedaría mustio, silencioso, sin brisas,
aterido de frío y de espanto por algunos meses... Luego, las hojas
volverían... ¿Serían las mismas que se habían ido?... ¡Quién
sabe! Probablemente volvían a subir por los troncos, de una en una,
y se colocaban de nuevo en sus primitivos sitios, para volver a
brillar con la caricia del sol y a cantar con el soplo de la brisa...
Luego, esperarían con terror el ulular del viento otoñal para irse
de nuevo. Pero volverán, volverían... ¿Serían las mismas?...
Quizás sí. Aunque las que se iban ya estaban doradas, marchitas, y
las que regresaban eran tiernos vástagos brillantes, probablemente
eran las mismas. Fred lo creía así. Las hojas tenían espíritu,
porque cantaban, porque dormían, porque se encolerizaban, porque
murmuraban. Y él tenía fe en que todo espíritu retorna, quizá
sublimado por el dolor y el sufrimiento.
Nunca
hay que menospreciar a un enemigo. El más chico puede ser mortal...
Fíjate en los microbios.
Soy
demasiado idealista, demasiado soñador... Llevo las cosas dentro y
quisiera que lo que está fuera concordara siempre con lo que llevo
dentro. Y esto no puede ser.
...quizá
mi espíritu busque otras expansiones.
...estaba
oscuro como tinta.
...el
mar estaba plomizo e inquieto.
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