En este blog se presentan fragmentos originales de los libros que leí. No vierto aquí mis opiniones personales pues considero más efectivo que el mismo autor se encargue de seducirte con sus propias palabras.

miércoles, 30 de julio de 2014

Guayacán - Virgilio Rodríguez Macal

La selva tiene paciencia de milenios y nunca precipita los hechos por unos cuantos siglos de más o de menos.


...en el espacio perfumado de las sábanas...


...calles silenciosas, como largos ataúdes..


El rayo y el trueno se alejan medrosamente hacia el sur, perseguidos por el silbar del viento que viene enroscado con la lluvia.



Y en el interior de aquella casa, bajo la luz, dos ancianos están sentados, bamboleando la languidez de sus vidas en unas mecedoras tan viejas como ellos...


Y salió de espaldas a la noche, que se lo tragó de un sorbo.


El sol venía raudo en su ataque a las sombras...


-Ya vé, patrón... En cualquié parte se puée viví, siempre que haiga voluntá pa hacerlo y con la conciensa tranquila.


Si se tratara de ver morir a Juan Fermín, ya fuera al filo del machete de su agresor o por la gangrena misma, aunque esta aparejara atroces dolores y convulsiones horripilantes, ellos estarían allí, a su lado, estoicos, graves y silenciosos como ídolos, ayudándolo a bien morir. Pero, eso de que aquel doctor del río, legendario ya en el inmenso laberinto fluvial de la gran desolación petenera, se preparara con tanto aparato instrumental diabólico a intervenir entre la vida y la muerte, les parecía sobrenatural. Los carcheños veían en las idas y venidas del médico y en aquel gran bote humeante, mucho de brujería y de magia y con los ojos inmensamente abiertos, vidriosos como los de las víboras, permanecían inmóviles como troncos, como pedazos de aquellos troncos que ellos ayudaban a destrozar, sin más vida aparente que el constante y nervioso movimiento de sus párpados y un sordo jadeo que dilataba sus pechos desacompasadamente.



Hasta entonces, pudo encontrar de nuevo el pulso. Iba ligero como el gotear de la lluvia y débil como el susurro de la llovizna.


La selva tenía ya dispuesta la ruta de ambos y señalado el paraje del próximo cruce de sus caminos, como los espíritus se cruzan en los ignotos remansos del infinito.



La luna (...) a la luz del ocaso podía vérsela, cual un retazo de uña encendida.



...una detonación brotó redonda en la bóveda del monte...



Había quedado un olor a tierra remojada, a polvo asentado, y las hojas de los árboles quedáronse pasando de mano en mano las escasas gotas que avaramente había regalado el cielo.



...y apareció entre nubarrones grises el rostro entristecido del sol...




Hacía horas que Carmen se había ido y los viejos seguían silenciosos.
El tío Fidel no podía evitar un escozor en sus ojos, donde dos lágrimas pugnaban por echarse a correr por los surcos de sus arrugas. Con disimulo observaba a su hermano, que estaba con la vista perdida y las mandíbulas enjutas, apretadas como cepos de hierro. ¡La misma dureza de Valentín! ¡La misma reciedumbre del alma!
-Y mi sobrino es peor- soliloqueaba el viejo- ... Peor aún que este hermano mío! Por fuera, los recubre una capa de suavidad y blandura, como el sámago; y por dentro... ¡Ay... mi alma! ¡Un corazón fuerte y duro como la piedra...! ¡Sí! Eso es... como el puro guayacán... Esa es la comparación: sámago blando por fuera y corazón de hierro por dentro. ¡Pobre Valentín! Eso es: ¡guayacán, guayacán...!


...eta llovizna tan necia... (habla Benito)



Cuando el rumor de los pasos de su hijo fue absorbido por el murmullo de la llovizna sobre los árboles, Oña Gabriela se sentó en una tosca butaca que Benito había hecho para ella, entregándose a la costura. (...) Algo se movía intranquilo dentro del pecho de la centenaria mulata. Era un aleteo insólito, como si un pájaro pugnara por salir de adentro de su espíritu.



Paso a paso, lentamente, no ya por temor a lo que podía encontrar sino como dando tiempo a su cancina entraña a asimilar la tragedia, a absorber otra más, a transmutar el dolor en otra fibra más de vida, al desarrollo inhibitorio de su psiquis contra el estallido natural humano ante la muerte. Darle tiempo al campo inmenso de su filosofía para reaccionar sabiamente ante el salvaje chaparrón del destino, en el ya interminable invierno de su vida.



Es una gran pradera en medio de la selva, con una laguna en su centro. Diríase que la vegetación tiene allí su momento de descanso, como si también ella necesitara respirar de vez en cuando los aires abiertos... (...) Después que la selva deja retozar la yerba de la pradera libremente en un espacio de varias leguas cuadradas, se aburre de aquella libertad y vuelve a cerrarse, celosa, para proseguir su curso impenetrable.



Pronto, la culebrina del rayo partió el cielo en tajadas caprichosas, y el estampido del trueno empezó a rodar de nube en nube en avalancha interminable.


Ellos sangraban a los árboles y los zancudos a ellos. Era la ley compensadora de la selva. (en referencia a los chicleros)


Ninguno de los dos dijo nada. Se quedaron en silencio, contemplándose cada uno el alma en la oscuridad.



En la fronda, el aleteo de mil pájaros y otras aves pesadas daba la sensación de que un aguacero invisible conmovía el ramaje...



...fueron saliendo del corazón del monte dos esbeltas canoas, que quedaron varadas al borde del río. (...) Ya las afiladas proas se hundían en el agua y momentos después, con una canción de arena y de maderas, las dos nuevas embarcaciones quedaron meciéndose en el río...



Todos somos la muerte misma. El más vigoroso ser, no es sino la muerte en gestación. Es la muerte que se va desarrollando, como en una crisálida de saludable apariencia.



-¿Por qué le atrae tanto el agua?
-¡Quién sabe! Siempre, desde niño, podía pasarme las horas muertas contemplando la corriente de los ríos. Seguramente porque... pues... porque iban a formar parte de mí mismo, de mi futuro destino.
Había oscuridades tétricas en sus palabras, que Rosa María habría querido descorrer.
-Además- prosiguió él -... he llegado a creer que los ríos son la fuente de la filosofía universal... Son tan cambiantes, tan multiformes y tan efímeros a pesar de su eternidad. Fíjese usted en el agua que pasa en estos momentos frente a esta piedra. ¿De donde vendrá? ¿Cuál será su origen...? ¿Alguna vertiente cristina o un oscuro y solitario caño selvático...? Sea lo que fuere, ya pasó, ya se fue, empujada hacia adelante por su destino y por la presión de esa otra correntada que va pasando en estos momentos. Porque, todas las aguas, a pesar de su identidad, son distintas. Y es el río quien las junta y quien las lleva y a quien ellas, a su vez, dan vida y consistencia... Y pasan, y pasan y otras llegan, para pasar también, sin que este paso se interrumpa nunca y sin que el río se detenga jamás... ¿No cree lo que estoy diciendo? ¿No es cierto que el río, que la corriente, lleva dentro de su cambiante eternidad la filosofía del mundo?



Por algunos instantes creyó morirse de vergüenza con aquella actitud y esperó su reacción, con el alma de mariposa estrellándose en las oscuridades de su pecho...



...desligada del mundo como una flor recién cortada...



La voz de Valentín era fría como las madrugadas...



La lluvia quizá hacía más ruido que sus pies.



De vez en cuando se cruzaban con jinetes en la gran llanura, pero no pasaban de saludarse y separarse cada cual por su invisible ruta. Aquella sabana era como el mar y había rumbos para todos.



Hubo unos instantes de silencio, un silencio angustiado. Aquellas dos almas se contemplaron hasta el fondo por las ventanas abiertas de sus ojos...



Ya era tarde y la luna navegaba en mitad del cielo.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario