La
selva tiene paciencia de milenios y nunca precipita los hechos por
unos cuantos siglos de más o de menos.
...en el espacio perfumado de las sábanas...
...calles silenciosas, como largos ataúdes..
El
rayo y el trueno se alejan medrosamente hacia el sur, perseguidos
por el silbar del viento que viene enroscado con la lluvia.
Y
en el interior de aquella casa, bajo la luz, dos ancianos están
sentados, bamboleando la languidez de sus vidas en unas mecedoras tan
viejas como ellos...
Y
salió de espaldas a la noche, que se lo tragó de un sorbo.
El
sol venía raudo en su ataque a las sombras...
-Ya
vé, patrón... En cualquié parte se puée viví, siempre que haiga
voluntá pa hacerlo y con la conciensa tranquila.
Si
se tratara de ver morir a Juan Fermín, ya fuera al filo del machete
de su agresor o por la gangrena misma, aunque esta aparejara atroces
dolores y convulsiones horripilantes, ellos estarían allí, a su
lado, estoicos, graves y silenciosos como ídolos, ayudándolo a bien
morir. Pero, eso de que aquel doctor del río, legendario ya en el
inmenso laberinto fluvial de la gran desolación petenera, se
preparara con tanto aparato instrumental diabólico a intervenir
entre la vida y la muerte, les parecía sobrenatural. Los carcheños
veían en las idas y venidas del médico y en aquel gran bote
humeante, mucho de brujería y de magia y con los ojos inmensamente
abiertos, vidriosos como los de las víboras, permanecían inmóviles
como troncos, como pedazos de aquellos troncos que ellos ayudaban a
destrozar, sin más vida aparente que el constante y nervioso
movimiento de sus párpados y un sordo jadeo que dilataba sus pechos
desacompasadamente.
Hasta
entonces, pudo encontrar de nuevo el pulso. Iba ligero como el gotear
de la lluvia y débil como el susurro de la llovizna.
La
selva tenía ya dispuesta la ruta de ambos y señalado el paraje del
próximo cruce de sus caminos, como los espíritus se cruzan en los
ignotos remansos del infinito.
La
luna (...) a la luz del ocaso podía vérsela, cual un retazo de uña
encendida.
...una
detonación brotó redonda en la bóveda del monte...
Había
quedado un olor a tierra remojada, a polvo asentado, y las hojas de
los árboles quedáronse pasando de mano en mano las escasas gotas
que avaramente había regalado el cielo.
...y
apareció entre nubarrones grises el rostro entristecido del sol...
Hacía
horas que Carmen se había ido y los viejos seguían silenciosos.
El
tío Fidel no podía evitar un escozor en sus ojos, donde dos
lágrimas pugnaban por echarse a correr por los surcos de sus
arrugas. Con disimulo observaba a su hermano, que estaba con la vista
perdida y las mandíbulas enjutas, apretadas como cepos de hierro.
¡La misma dureza de Valentín! ¡La misma reciedumbre del alma!
-Y
mi sobrino es peor- soliloqueaba el viejo- ... Peor aún que este
hermano mío! Por fuera, los recubre una capa de suavidad y blandura,
como el sámago; y por dentro... ¡Ay... mi alma! ¡Un corazón
fuerte y duro como la piedra...! ¡Sí! Eso es... como el puro
guayacán... Esa es la comparación: sámago blando por fuera y
corazón de hierro por dentro. ¡Pobre Valentín! Eso es: ¡guayacán,
guayacán...!
...eta
llovizna tan necia... (habla Benito)
Cuando
el rumor de los pasos de su hijo fue absorbido por el murmullo de la
llovizna sobre los árboles, Oña Gabriela se sentó en una tosca
butaca que Benito había hecho para ella, entregándose a la costura.
(...) Algo se movía intranquilo dentro del pecho de la centenaria
mulata. Era un aleteo insólito, como si un pájaro pugnara por salir
de adentro de su espíritu.
Paso
a paso, lentamente, no ya por temor a lo que podía encontrar sino
como dando tiempo a su cancina entraña a asimilar la tragedia, a
absorber otra más, a transmutar el dolor en otra fibra más de vida,
al desarrollo inhibitorio de su psiquis contra el estallido natural
humano ante la muerte. Darle tiempo al campo inmenso de su filosofía
para reaccionar sabiamente ante el salvaje chaparrón del destino, en
el ya interminable invierno de su vida.
Es
una gran pradera en medio de la selva, con una laguna en su centro.
Diríase que la vegetación tiene allí su momento de descanso, como
si también ella necesitara respirar de vez en cuando los aires
abiertos... (...) Después que la selva deja retozar la yerba de la
pradera libremente en un espacio de varias leguas cuadradas, se
aburre de aquella libertad y vuelve a cerrarse, celosa, para
proseguir su curso impenetrable.
Pronto,
la culebrina del rayo partió el cielo en tajadas caprichosas, y el
estampido del trueno empezó a rodar de nube en nube en avalancha
interminable.
Ellos
sangraban a los árboles y los zancudos a ellos. Era la ley
compensadora de la selva. (en
referencia a los chicleros)
Ninguno
de los dos dijo nada. Se quedaron en silencio, contemplándose cada
uno el alma en la oscuridad.
En
la fronda, el aleteo de mil pájaros y otras aves pesadas daba la
sensación de que un aguacero invisible conmovía el ramaje...
...fueron
saliendo del corazón del monte dos esbeltas canoas, que quedaron
varadas al borde del río. (...) Ya las afiladas proas se hundían en
el agua y momentos después, con una canción de arena y de maderas,
las dos nuevas embarcaciones quedaron meciéndose en el río...
Todos
somos la muerte misma. El más vigoroso ser, no es sino la muerte en
gestación. Es la muerte que se va desarrollando, como en una
crisálida de saludable apariencia.
-¿Por
qué le atrae tanto el agua?
-¡Quién
sabe! Siempre, desde niño, podía pasarme las horas muertas
contemplando la corriente de los ríos. Seguramente porque... pues...
porque iban a formar parte de mí mismo, de mi futuro destino.
Había
oscuridades tétricas en sus palabras, que Rosa María habría
querido descorrer.
-Además-
prosiguió él -... he llegado a creer que los ríos son la fuente de
la filosofía universal... Son tan cambiantes, tan multiformes y tan
efímeros a pesar de su eternidad. Fíjese usted en el agua que pasa
en estos momentos frente a esta piedra. ¿De donde vendrá? ¿Cuál
será su origen...? ¿Alguna vertiente cristina o un oscuro y
solitario caño selvático...? Sea lo que fuere, ya pasó, ya se fue,
empujada hacia adelante por su destino y por la presión de esa otra
correntada que va pasando en estos momentos. Porque, todas las aguas,
a pesar de su identidad, son distintas. Y es el río quien las junta
y quien las lleva y a quien ellas, a su vez, dan vida y
consistencia... Y pasan, y pasan y otras llegan, para pasar también,
sin que este paso se interrumpa nunca y sin que el río se detenga
jamás... ¿No cree lo que estoy diciendo? ¿No es cierto que el río,
que la corriente, lleva dentro de su cambiante eternidad la filosofía
del mundo?
Por
algunos instantes creyó morirse de vergüenza con aquella actitud y
esperó su reacción, con el alma de mariposa estrellándose en las
oscuridades de su pecho...
...desligada
del mundo como una flor recién cortada...
La
voz de Valentín era fría como las madrugadas...
La
lluvia quizá hacía más ruido que sus pies.
De
vez en cuando se cruzaban con jinetes en la gran llanura, pero no
pasaban de saludarse y separarse cada cual por su invisible ruta.
Aquella sabana era como el mar y había rumbos para todos.
Hubo
unos instantes de silencio, un silencio angustiado. Aquellas dos
almas se contemplaron hasta el fondo por las ventanas abiertas de sus
ojos...
Ya
era tarde y la luna navegaba en mitad del cielo.
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