En este blog se presentan fragmentos originales de los libros que leí. No vierto aquí mis opiniones personales pues considero más efectivo que el mismo autor se encargue de seducirte con sus propias palabras.

miércoles, 30 de julio de 2014

El arpa y la sombra - Alejo Carpentier

Su santidad tomó la pluma, pero la mano empezó a sobrevolar la página, como dubitativa, desmenuzando una vez más las implicaciones de cada palabra.


Pero por desgracia, las modas ultramarinas, de adorno, entretenimiento o civilidad, nunca viajan solas. Y con ellas había llegado aquí “la peligrosa manía de pensar” -y sabía Mastaï lo que decía, al calificar de “peligrosa manía” el afán de mucho buscar verdades y certezas, o posibilidades nuevas, donde sólo había cenizas y tinieblas, noche del alma.



El paisaje era de una agobiante monotonía, pero acababa por imponerse a su atención por una razón de escalas. Creía saber lo que  era una llanura, pero la visión de la pampa infinita donde, por más que se anduviese, se estaba siempre al centro de  un redondo horizonte de tierra monocorde: la pampa, dando al viajero la impresión de que no se movía, ni adelantaba en su rumbo, por mucho que arreara los brutos del tiro; la pampa, por su vastedad, por su cabal imagen de infinito que situaba al Hombre ante una presente figuración de lo ilimitado, le hacía pensar en la alegórica visión del místico, para quien el ser humano, metido en un corredor sin comienzo ni fin conocido, trata de alejar de sí, mediante la ciencia y el estudio, las dos murallas que, a derecha e izquierda, limitan su campo de visión, logrando, con los años, hacer retroceder las paredes, aunque sin destruirlas jamás, ni llegar nunca, por mucho que las aparte de sí, a modificar su aspecto ni a saber lo que hay detrás de ellas... (...) Pero pronto el infinito horizontal se transformó en un infinito vertical, que era el de los Andes.


Y empezó luego el lento y trabajoso ascenso a las cumbres que, engendrando y repartiendo ríos, dividían el mapa, por caminos en orillas de precipicios y quebradas donde se arrojaban fragorosos torrentes caídos de las cimas de algún invisible pico nevado, entre ventiscas silbantes y ululantes respiros de simas, para conocer, arriba, la desolación de los páramos, y la aridez de las punas, y el pánico de las alturas, y la hondura de las hayas, y el estupor ante los alocamientos graníticos, la pluralidad de riscos y peñascales, las lajas negras alineadas como penitentes en procesión, las escalinatas de esquistos, y la mentirosa visión de ciudades arruinadas, creada por rocas muy viejas, de tan larga historia que, largando andrajos minerales, acaban por mostrar, desnudas y lisas, sus osamentas planetarias. Y fue al pasar de un primer cielo a un segundo cielo, y a un tercer cielo, y a un cuarto cielo, hasta llegarse al filo de la cordillera, en séptimo cielo -era el caso de decirlo-, para empezar a descender hacia los valles de Chile, donde las vegetaciones recobrarían un verdor ignorado por los líquenes nacidos de brumas. Los caminos eran casi intransitables. Un terremoto reciente había atropellado los pedregales, tirando escombros sobre la escuálida yerba paramera... Y fue el contento de regresar al mundo de los árboles y de las tierras aradas, y, el fin, después de un viaje de nueve meses, a contar desde la partida de Génova, llegó la misión apostólica a Santiago de Chile. 
-¡Qué parto!- dijo Mastaï, aliviado.


...bailando, hacían volar mariposas tatuadas sobre sus vientres.


Negamos muchas cosas, porque nuestro limitado entendimiento nos hace creer que son imposibles. Pero, mientras más leo y me instruyo, más veo que lo tenido por imposible en el pensamiento se hace posible en la realidad.


Mejor olvidar los mapas, pues se me hacen, de pronto, petulantes y engreídos con su jactanciosa pretensión de abarcarlo todo. Mejor me vuelvo hacia los poetas que, a veces, en bien medidos versos, pronunciaron verdaderas profecías.



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