En este blog se presentan fragmentos originales de los libros que leí. No vierto aquí mis opiniones personales pues considero más efectivo que el mismo autor se encargue de seducirte con sus propias palabras.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Las vírgenes suicidas - Jeffrey Eugenides

Mientras tanto la señora Lisbon irrumpió en el porche llevando a rastras la bata de franela de Cecilia, y profirió un largo gemido con el que detuvo el tiempo.



Tenía en un estante una fotografía de su primera esposa, a la que amaba desde que se habían divorciado, y cuando se levantó de su escritorio para saludarnos, todavía iba encorvado a causa de aquella herida en el hombro que la fe no había conseguido curar del todo.



Tan pronto como la madre le dio permiso, Cecilia se dirigió a las escaleras. Tenía la cabeza baja y se movía como olvidada de sí misma, sus ojos de girasol fijos en aquel problema de su vida que no llegaríamos a entender jamás.


No por eso dejó de sentir detrás de él otras corrientes más frías, ni las motas de polvo aleteando ni aquel olor familiar que toda casa tiene y que uno reconoce apenas entra en ella.



Al señor Hutch se le ocurrió la idea de serrar los barrotes tal como lo habían hecho los sanitarios y los hombres pasaron un buen rato haciendo turnos en la labor de serrar, pero aquellos brazos, que sólo estaban acostumbrados a manejar papeles, no tardaron en rendirse.



Ni ellos ni nuestros padres dijeron nada, lo que hizo que nos diésemos cuenta de lo viejos que eran, de lo acostumbrados que estaban a los sufrimientos, a las depresiones, a las guerras. Comprendimos que la versión del mundo que nos daban no era en la que ellos creían, y que por mucho que refunfuñasen y se quejasen cuando les estropeaban las plantas, en realidad sus jardines les importaban un rábano.



Sospechábamos que el señor Fontaine se teñía el cabello de rubio, aparte de que tenía unos dientes tan esplendorosos que hasta molestaba mirarlos.



-Nunca se sabe qué desencadenará el recuerdo -nos dijo-. Puede ser cualquier cosa: la cara de un niño, el cascabel en el collar de un gato...



El hecho es que hasta los chicos menos atractivos estaban más acostumbrados que Trip a preguntar a las chicas si querían si querían salir, porque el ser canijos o patituertos les había enseñado a ser perseverantes, en tanto que Trip no se había tenido que molestar siquiera en llamar a una chica por teléfono. Había muchas cosas que eran nuevas para él: aprenderse de memoria discursos estratégicos, tiradas de conversaciones posibles, la respiración profunda del yoga, todo para zambullirse de cabeza y a ciegas en el mar estático de las líneas telefónicas. No había padecido la eternidad de los timbrazos antes de que ellas atendieran, no conocía el loca arrebato del corazón al oír la voz incomparable entrelazándose con la propia, aquella sensación de proximidad que hacía que uno practicamente pudiera ver a la chica, se cayera dentro de su oído. Jamás había experiementado el dolor de las respuestas anodinas, aquel temible: “¡Ah... hola!”, o aquella aniquilación repentina del “¿Quién?”



Trip Fontaine la observó con tal concentración que hasta dejó de existir.



Esperábamos a ver qué ocurriría con las hojas. Estuvieron cayendo durante dos semanas y cubrieron el césped de todos los jardines, porque en aquellos tiempos todavía teníamos árboles.



...imitaba las rígidas t y b de la firma de su madre y después, para diferenciar su propia caligrafía, firmaba debajo con su nombre a lápiz, Lux Lisbon, con las dos L mayúsculas inclinadas juntándose por encima del foso de la u y del alambre espinoso de la x.



¿Sí podía ver que se suicidaría? Pues lamento decir que no. Hay como mínimo un diez por ciento de mis alumnos que tienen tendencias modernistas innatas. Quiero hacerles unas preguntas: ¿Es una cualidad la estupidez?, ¿es una maldición la inteligencia? Yo tengo 47 años y vivo sola.



-”El dolor es algo natural -había dicho-, superarlo es opcional.” Recuerdo la frase porque la utilicé después para promocionar un producto dietético: “Comer es algo natural, engordar es opcional.”


Por aquel entonces el otoño ya se había hecho tétrico y había cerrado el cielo con una plancha de acero.



Al mirar fuera del garage, mientras la música llenaba la calle como si fuese aire, le entraron ganas de llorar.
-Era esa clase de música que tocan cuando alguien se muere -explicó.



Ya no llevaba adheridos a las mejillas trocitos de papel higiénico con su manchita de sangre, como minúsculas banderas japonesas...



...y aquella mirada perdida del hombre que se daba cuenta de que la única viad que tendría sería aquélla, poblada de muerte.



Los hombres se echaron a reír, aunque sin alegría.



-Nosotros los griegos somos gente taciturna. Para nosotros el suicidio tiene sentido. Pero poner luces de Navidad después de que tu hija se ha suicidado, eso sí que no tiene sentido. Lo que mi yia yia no llegó a entender jamás de este país es por qué la gente se empeña en ser constantemente feliz.



Sobre la mesa del comedor había montones de ropa de invierno envuelta en plástico. Asomaban otros bultos voluminosos. La casa parecía un desván lleno de trastos entre los que se establecían revolucionarias relaciones: la tostadora estaba dentro de la jaula del pájaro, las zapatillas de ballet sobresalían de una cesta de mimbre. Nos abrimos camino entre aquella confusión, pasamos por espacios despejados para los juegos -un tablero de backgammon, un juego de damas-, después volvimos a meternos entre matorrales de batidoras de huevos y botas de goma.



Las chicas estaban monstruosas con sus vestidos de ceremonia, confeccionados sobre jaulas de alambre. En lo alto de la cabeza tenían sujetas libras de cabello. Borrachas, besándonos o medio derribadas en las sillas, su destino era la universidad, el marido, el cuidado de los hijos, la infelicidad atisbada confusamente. En otras palabras: su destino era la vida.



Se habían matado por la imposiblidad de encontrar un amor que ninguno de nosotros ha encontrado jamás. Al final, la tortura que había destrozado a las hermanas Lisbon indicaba una renuncia razonada a aceptar el mundo tal como se les concedía, tan lleno de defectos.



Para la mayoría de las personas el suicido viene a ser como una ruleta rusa. Hay una sola bala en el tambor. En el caso de las hermanas Lisbon, el arma estaba totalmente cargada. Una bala por presión familiar. Una bala por predisposición genética. Una bala por malestar histórico. Una bala por un impulso inevitable. Las otras dos balas son imposibles de nombrar, pero esto no quiere decir que las cámaras estuvieran vacías.








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