Mientras
tanto la señora Lisbon irrumpió en el porche llevando a rastras la
bata de franela de Cecilia, y profirió un largo gemido con el que
detuvo el tiempo.
Tenía
en un estante una fotografía de su primera esposa, a la que amaba
desde que se habían divorciado, y cuando se levantó de su
escritorio para saludarnos, todavía iba encorvado a causa de aquella
herida en el hombro que la fe no había conseguido curar del todo.
Tan
pronto como la madre le dio permiso, Cecilia se dirigió a las
escaleras. Tenía la cabeza baja y se movía como olvidada de sí
misma, sus ojos de girasol fijos en aquel problema de su vida que no
llegaríamos a entender jamás.
No
por eso dejó de sentir detrás de él otras corrientes más frías,
ni las motas de polvo aleteando ni aquel olor familiar que toda casa
tiene y que uno reconoce apenas entra en ella.
Al
señor Hutch se le ocurrió la idea de serrar los barrotes tal como
lo habían hecho los sanitarios y los hombres pasaron un buen rato
haciendo turnos en la labor de serrar, pero aquellos brazos, que
sólo estaban acostumbrados a manejar papeles, no tardaron en
rendirse.
Ni
ellos ni nuestros padres dijeron nada, lo que hizo que nos diésemos
cuenta de lo viejos que eran, de lo acostumbrados que estaban a los
sufrimientos, a las depresiones, a las guerras. Comprendimos que la
versión del mundo que nos daban no era en la que ellos creían, y
que por mucho que refunfuñasen y se quejasen cuando les estropeaban
las plantas, en realidad sus jardines les importaban un rábano.
Sospechábamos
que el señor Fontaine se teñía el cabello de rubio, aparte de que
tenía unos dientes tan esplendorosos que hasta molestaba mirarlos.
-Nunca
se sabe qué desencadenará el recuerdo -nos dijo-. Puede ser
cualquier cosa: la cara de un niño, el cascabel en el collar de un
gato...
El
hecho es que hasta los chicos menos atractivos estaban más
acostumbrados que Trip a preguntar a las chicas si querían si
querían salir, porque el ser canijos o patituertos les había
enseñado a ser perseverantes, en tanto que Trip no se había tenido
que molestar siquiera en llamar a una chica por teléfono. Había
muchas cosas que eran nuevas para él: aprenderse de memoria
discursos estratégicos, tiradas de conversaciones posibles, la
respiración profunda del yoga, todo para zambullirse de cabeza y a
ciegas en el mar estático de las líneas telefónicas. No había
padecido la eternidad de los timbrazos antes de que ellas atendieran,
no conocía el loca arrebato del corazón al oír la voz incomparable
entrelazándose con la propia, aquella sensación de proximidad que
hacía que uno practicamente pudiera ver a la chica, se cayera
dentro
de su oído.
Jamás había experiementado el dolor de las respuestas anodinas,
aquel temible: “¡Ah... hola!”, o aquella aniquilación repentina
del “¿Quién?”
Trip
Fontaine la observó con tal concentración que hasta dejó de
existir.
Esperábamos
a ver qué ocurriría con las hojas. Estuvieron cayendo durante dos
semanas y cubrieron el césped de todos los jardines, porque en
aquellos tiempos todavía teníamos árboles.
...imitaba
las rígidas t
y b
de la firma de su madre y después, para diferenciar su propia
caligrafía, firmaba debajo con su nombre a lápiz, Lux Lisbon, con
las dos L mayúsculas inclinadas juntándose por encima del foso de
la u
y del alambre espinoso de la x.
¿Sí
podía ver que se suicidaría? Pues lamento decir que no. Hay como
mínimo un diez por ciento de mis alumnos que tienen tendencias
modernistas innatas. Quiero hacerles unas preguntas: ¿Es una
cualidad la estupidez?, ¿es una maldición la inteligencia? Yo tengo
47 años y vivo sola.
-”El
dolor es algo natural -había dicho-, superarlo es opcional.”
Recuerdo la frase porque la utilicé después para promocionar un
producto dietético: “Comer es algo natural, engordar es opcional.”
Por
aquel entonces el otoño ya se había hecho tétrico y había cerrado
el cielo con una plancha de acero.
Al
mirar fuera del garage, mientras la música llenaba la calle como si
fuese aire, le entraron ganas de llorar.
-Era
esa clase de música que tocan cuando alguien se muere -explicó.
Ya
no llevaba adheridos a las mejillas trocitos de papel higiénico con
su manchita de sangre, como minúsculas banderas japonesas...
...y
aquella mirada perdida del hombre que se daba cuenta de que la única
viad que tendría sería aquélla, poblada de muerte.
Los
hombres se echaron a reír, aunque sin alegría.
-Nosotros
los griegos somos gente taciturna. Para nosotros el suicidio tiene
sentido. Pero poner luces de Navidad después de que tu hija se ha
suicidado, eso sí que no tiene sentido. Lo que mi yia
yia no
llegó a entender jamás de este país es por qué la gente se empeña
en ser constantemente feliz.
Sobre
la mesa del comedor había montones de ropa de invierno envuelta en
plástico. Asomaban otros bultos voluminosos. La casa parecía un
desván lleno de trastos entre los que se establecían
revolucionarias relaciones: la tostadora estaba dentro de la jaula
del pájaro, las zapatillas de ballet sobresalían de una cesta de
mimbre. Nos abrimos camino entre aquella confusión, pasamos por
espacios despejados para los juegos -un tablero de backgammon, un
juego de damas-, después volvimos a meternos entre matorrales de
batidoras de huevos y botas de goma.
Las
chicas estaban monstruosas con sus vestidos de ceremonia,
confeccionados sobre jaulas de alambre. En lo alto de la cabeza
tenían sujetas libras de cabello. Borrachas, besándonos o medio
derribadas en las sillas, su destino era la universidad, el marido,
el cuidado de los hijos, la infelicidad atisbada confusamente. En
otras palabras: su destino era la vida.
Se
habían matado por la imposiblidad de encontrar un amor que ninguno
de nosotros ha encontrado jamás. Al final, la tortura que había
destrozado a las hermanas Lisbon indicaba una renuncia razonada a
aceptar el mundo tal como se les concedía, tan lleno de defectos.
Para
la mayoría de las personas el suicido viene a ser como una ruleta
rusa. Hay una sola bala en el tambor. En el caso de las hermanas
Lisbon, el arma estaba totalmente cargada. Una bala por presión
familiar. Una bala por predisposición genética. Una bala por
malestar histórico. Una bala por un impulso inevitable. Las otras
dos balas son imposibles de nombrar, pero esto no quiere decir que
las cámaras estuvieran vacías.
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