En este blog se presentan fragmentos originales de los libros que leí. No vierto aquí mis opiniones personales pues considero más efectivo que el mismo autor se encargue de seducirte con sus propias palabras.

viernes, 15 de agosto de 2014

Una noche con Sabrina Love - Pedro Mairal

Como todavía no empezaba el Show de Sabrina Love, Daniel recorría los sesenta canales del cable robado, dejando a las imágenes durar apenas unos segundos. Un locutor, el fondo del mar, unas jirafas, autos persiguiéndose, mujeres venezolanas hablando, lava volcánica, las autopistas en la madrugada de España, un hombre con cara de terror, unas manos decorando una torta. Pasamos enton. Tú nunca podrás. Most incredible and amaz. Tástrofe de los úl. Allóra il vécchio. Un corte súper. La llanura del. Pará, Laurita. Una sola historia a toda velocidad en la que el sol del mapa satelital meteorológico brillaba sobre el documental de Kenya donde copulaban los leones mostrando los dientes en la misma posición que la pareja norteamericana del canal pornográfico que también mostraba los dientes y cerraba los ojos como queriendo olvidar la imagen del noticiero de esos iraquíes que apuntaban sus ametralladoras hacia el arquero argentino que caía de rodillas y levantaba los brazos porque sabía que  iban a fusilarlo y entonces veía toda su vida en un solo fogonazo comenzando por los dibujos animados de su infancia. Una historia infinita que Daniel aceleraba como intentando apurar el tiempo que faltaba para el programa de Sabrina Love. Sólo se detenía en el beso de alguna pareja que empezaba a desvestirse en la penumbra azulina de una película clase B, rogando que se demorara la toma del fuego en la chimenea fundida con el frente de un edificio en pleno día siguiente donde la actriz haría un gran esfuerzo por mantener la sábana a la altura de las clavículas.


Caminó hasta la calle principal. En las escaleras de la esquina del viejo edificio de correos encontró a algunos de sus amigos fumando sentados. Le convidaron un cigarrillo y se acopló a esa observación minuciosa que buscaba el mas mínimo cambio en el fluir cotidiano para hacer un comentario.


Fernando, un petiso que tenía puestos unos anteojos negros, se levantó y caminó con Daniel, mirando las chicas que pasaban por la vereda o en moto por la cale, girando hasta perderlas de vista. En la peatonal había más mujeres. Adolescentes que caminaban en grupo o empleadas de posnegocios. “Tetas a las once”, le decía Fernando con el método que habían visto usar en las películas a los aviadores para advertirse la dirección en que se hallaba un avión enemigo. Y Daniel, como ubicado en el centro del círculo de un reloj, miraba hacia las once y veía acercarse una chica con pechos altos y abundantes que temblaban levemente dentro de una remera corta que dejaba ver el ombligo. “Bombacha a las seis”, decía Daniel y ambos, sin detenerse, echaban una ojeada certera a la clienta de una zapatería que se probaba sandalias sentada, con minifalda, en un banco rojo.


Durmió apurado, con las preocupaciones deformándosele en sueños.


No esperó a que sonara el despertador. Apenas vio que en la ventana se dibujaba un rectángulo azul, se levantó y comenzó a vestirse torpemente, despeinado, con un aire de marioneta sonámbula.


El río desbordado lo tapaba todo y llenaba el aire con un olor a barro húmedo. Las últimas esquinas eran lamidas por la orilla, que avanzaba turbia. El busto del poeta de la ciudad asomaba su mirada de desesperación callada con el agua a la altura de los labios.


-Mirá que las minas son una trampa, pibe. Vos te enamorás y crees que esas tetas son para vos, que esas caderas son para vos, para que vos te pongas loco, ¿viste? Pensás que la mina es toda tuya. Pero después resulta que es una trampa armada para que vos caigas y la preñes y cuando nace el crío te das cuenta que en realidad las caderas eran para poder parirlo y las tetas para darle leche, o sea que para vos no había nada, era todo para el hijo, ¿me entendés? Ya lo dijo Discépolo: “Tu silueta fue el anzuelo donde yo me fui a ensartar”. Y es así, las curvas de las mujeres son un anzuelo, pibe.


-Bueno- dijo y a través de los rombos de la puerta miró los pisos que pasaban uno tras otro como si el tiempo, rayado, repitiera la imagen de un mismo instante.


-Y puede ser que vos te hayas sentido así mientras te elegían el disfraz y de alguna manera te lo provocaste. ¿De dónde sos? 
Daniel le dijo que era de Curuguazú. Hablaron un rato. Le contó que había viajado a dedo, que acababa de llegar y que, aunque había venido a Bs.As. de chico con sus padres, era como si ahora viniera por primera vez porque no se acordaba de nada. Ella lo escuchaba con cara atenta, asintiendo y mordiéndose los labios, ahuyentando a los hombres que se acercaban a la mesa con un piropo. Un César medio pelado le dijo:
-¿Eva, no querés que me saque la toga y me convierta en Adán así condenamos juntos a la humanidad?
-No, flaco, ni lo sueñes. Además te aviso que si Adán hubiese sido como vos, seguiríamos en el paraíso.


En el microcentro, bajo el sol del mediodía del lunes, Daniel hacía la cola del banco para cobrar el cheque que le había dado Ramiro. La noticia de que se había cortado la luz y no andaban las computadoras corrió hacia atrás por la fila como la digestión de una serpiente.


-Sí, sí. Sólo que es la primera vez que pienso que tengo ganas de vivir muchos años.
-Yo siempre pienso que quiero vivir muchos años.
-Yo no. Lo pensé recién, cuando dijiste eso de los chinos, me vinieron ganas de vivir hasta después de los cien. No sé por qué, antes nunca había pensado que uno se puede morir y eso.
-Eso se siente después de hacer el amor.


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